martes, 14 de febrero de 2023

Tiradera - Fabiola Amaro



Cuando una mujer fuerte llora, no es por cualquier cosa. Es porque de verdad siente desde sus entrañas el dolor profundo, raspa y cala desde el último rincón de su existencia desnuda, se siente herida. ¿Cómo iba a saber se iría así? Con tres meses de renta sin pagar o que me iba a dejar por una más joven, sí, pero también más fea. Igual dejó un refrigerador lleno de comida chatarra y cerveza, un bote de cátsup escurriendo y manchando gota a gota ese aparato electrodoméstico hasta ahora blanco.

Qué podía esperar de un muchacho caguetas, de un malandro explorador de videojuegos nocturno y autómata, de un Edipo. A menudo me comparaba con su madre: A mi mamá sí se le cocen las yemas de los huevos estrellados, mi mamá con pura crema Ponds se mantiene joven, a ella nunca se le pasa la sal en la comida, ni se mata con el ejercicio como tú y está bien buena. ¿Ah sí, baboso?, ¡pues cógete a tu madre!, le dije un día cuando mi paciencia llegó al límite.

Pedro era once años menor que yo, y aunque físicamente no se nos notaba porque parecía más viejo por las desveladas, al momento de utilizar nuestros cerebros era evidente la disparidad entre nosotros. Aunque debo reconocer, en cuestiones de otra índole si rifaba, la prueba estaba en esa chavita que se ligó en el último concierto a donde fue solo. De nada sirvieron mis cremas, el gym, aprender a jugar la última versión del Nintendo Swicht a pesar de llegar al trabajo en vivo, así sin dormir, apostarle a la casita, mantener la figura de mis treinta y tantos en unos aparente veintitantos. ¿Para qué? Para nada.

Sí, llegó una chica joven de anteojos sesenteros, gris y desangelada, a descolgar una relación que ya de por si se tambaleaba de la cuerda de un tendedero de patio. Bien me lo dijo mi tía la solterona, “el que con niños anda, termina cagada”. Así terminó mi ego, bien cagado. Aquí me tienen llorando a mis treinta y tantos. Yo, ama y señora de la oficina, quien levantó un imperio desde las ventas, despues de haber estado en el limbo del desempleo, la disciplinada en la comida y el trabajo, manteniendo rutinas para todo, pero sobre todo con los pies en tierra. Tantos años en el fango y resbalé, deslumbrada por una cara bonita e imberbe, por la retórica común de un veinteañero en celo.

Pero quién me lo manda, nadie, así es el amor y ni modo, el principal perdedor en esta relación no fue él, no fui yo, sino mi ego destartalado y viejo. El mismo que ahora agoniza en la lona noqueado por los impulsos carnales de un muchacho pañalero. Pero la culpa no la tiene clara-mente la muchacha, bueno sí, tantito. Y también la tengo yo, la seño que hizo compadre al chamaco. Conste, no es conmiseración, victimismo o burla. La sangre sale de mi nariz en este ring para decir “la pelea terminó”. Gota a gota cae, como salsa cátsup en el refrigerador, peldaño tras peldaño.

Por lo pronto, negocio con la casera tres meses de renta por pagar y un bizarro resplandor.

Recuerdos setenteros - María Garay

Desde mi banca, te miro de lejos. Me gusta tanto ese gesto tuyo: el ceño arrugado y los dientes apretando el labio inferior.

Estás tan concentrado en el esbozo del dibujo a carboncillo de los centenarios árboles que no has advertido la curiosidad que despiertas en los paseantes. Josefina, la auxiliar del profe de pintura, escogió este lugar para hacer la tarea; sólo a ella se le ocurre elegir un parque público tan popular para realizar el trabajo. 

Sonrío y pienso que un joven tan alto y larguirucho, sentado en esa minúscula silla portátil, con un sombrero de guerrillero, y con los lápices y cuadernos desordenados en el piso, ha de parecer raro y gracioso a quienes por aquí deambulan (más con el aspecto que te da esa barba, con la cual, según presumes, te pareces al Che Guevara). Si permanecemos un rato más, seguro tendrás público alrededor, lo que te incomodará y enfadará —parece que escucho a tu mamá: “Leonardo ya casi cumple veinte años y no madura”—. Así que llego por ti y nos vamos. En casa inventaremos algo para concluir la tarea, y más tarde integraremos lo de todo el equipo.

Suerte que nos tocó compartir el trabajo con algunos de nuestros amigos; al terminar, podemos tomarnos una cerveza y charlar un rato escuchando música de Serrat. ¿Cómo va esa canción que tanto nos gusta? Nunca me acuerdo del título, pero cada vez que la escuchamos cantamos a todo pulmón los versos que dicen:

Por ti brilló mi sol un día
Y cuando pienso en ti
Brilla de nuevo
Sin que
Lo empañe la melancolía
De los fugaces
Amores eternos


A propósito de amores, ayer escribí en mi diario la anécdota del fin de semana; no quiero que se me olvide ningún detalle. Al rememorarte, se presenta con intensa y dulce claridad la picazón de tu barba y mi pelo enredado en tu cuello. Mi cuerpo expandido al límite; explosión de gozo compartido. Experiencia íntima y maravillosa

Recuerdo esa película que vimos el mes pasado —a escondidas, porque en la sección semanal del periódico estaba clasificada con la letra “D: para personas de amplio criterio“, y parece ser que en esta ciudad, a nuestros 19 años, todavía no cumplimos con esa característica—: El último tango en París. Sólo me atreví a entrar al cine porque tú me acompañabas. Me sentí tan impactada con el tema y la intensidad de las escenas que estuve tomada de tu brazo, ruborizada y sudando todo el rato. Era la primera vez que veía escenas sexuales tan explícitas. Por cierto que esa noche tuve insomnio y escalofríos.

El descubrimiento de mi cuerpo, así como la búsqueda de caminos diferentes de desarrollo intelectual y profesional, ha sido complicado. Con mi crianza familiar “tradicionalista”, fue difícil convencer a mis padres tanto de mi elección de carrera universitaria, como de novio. Suerte que la universidad abrió la carrera de Artes cuando salíamos del bachillerato y fue una opción muy adecuada a los intereses de los dos. Y en lo que a ti te corresponde, suerte también que les caíste bien, y no hubo dificultades al respecto.

Por cierto, te recuerdo que la próxima semana nos toca comentar la vida y obra del poeta Efraín Huerta. He estado seleccionando algunos de sus poemas y uno de ellos me ha gustado mucho: La Paloma y el Sueño: “Tú no veías el árbol, ni la nube ni el aire. Ya tus ojos la tierra se los había bebido y en tu boca de seda sólo un poco de gracia fugitiva de rosas, y un lejano suspiro…” Como música de fondo escucho a Serrat, y canturreo:

Por ti brilló mi sol un día
y cuando pienso en ti
brilla de nuevo...

Melancolía - Alejandro Preciado


Ella observaba desde una banca del parque, situada en una pequeña colina. Un punto de observación que permitía ver toda la extensión de los prados. Acostumbraba pasar largos ratos en ese lugar, disfrutando de la intimidad con la naturaleza y de la calma en ese punto poco concurrido.

El sol iluminaba la escena colándose por los huecos que dejaban las grandes nubes blancas. Pudo ver a lo lejos niños meciéndose en los columpios a todo lo que daban sus fuerzas y otros en las resbaladillas, riéndose cada vez que llegaban al piso. También vio un grupo correteando en los prados para patear una pelota, bajo la mirada complacida de los adultos. Era domingo y las familias podían estar reunidas. Una pareja de novios tirada en el césped reía al descubrir figuras entre las nubes que cambiaban de forma lentamente ante la brisa que soplaba en el valle. 

Recién entraba la primavera y la temperatura era muy agradable. Llegaba más gente, pero ella se había alejado buscando estar tranquila. Estaba absorta observando, por lo cual no se dio cuenta cuando alguien se acercó por un lado de la loma.

—¡Hola!, ¿qué haces? —le preguntó el muchacho.

—Nada, solo veo cómo juegan los niños —respondió después de reponerse de la sorpresa.

—Estás sentada en mi banca favorita y ya es el tercer domingo que me la ganas. Tendré que llegar más temprano —dijo mientras sonreía.

—Bueno, llegué hace dos horas. Tienes que madrugar para lograrlo.

—Yo soy Fernando. ¿Cómo te llamas?

—Melancolía.

Él se sintió sorprendido ante ese nombre, pero disimuló.

—¿Puedo sentarme aquí en el pasto junto a la banca? No molestaré.

—Está bien, pero no hagas ruido para poder escuchar el viento.

—¿Se puede escuchar el viento?

—Sí, las hojas de los árboles le ayudan a hacer sonidos. En el otoño interpretan las mejores sinfonías.

—He venido tantas veces y no pensé en eso.

—También se puede sentir, cuando nos toca la piel y nos refresca.

—Eres una experta en el viento. ¿qué más conoces de él?

—Conozco su aroma, me gusta cuando se apropia del perfume de las flores.

—Sorprendente, solo falta que me digas que lo puedes ver.

—Sí, puedo ver cómo se mueve observando el vuelo de las aves. Ellas siguen su oleaje. Lo mejor es cuando ves una parvada navegando por el viento.

—Me asombras, Melancolía. Cuéntame algo más.

—Me falta descubrir su sabor. Pero pronto lo haré. Estoy segura.

Después estuvieron en silencio. Disfrutando del viento que ese día era una suave brisa. Pensaron que era delicioso. ¿Delicioso? ¡Habían descubierto el sabor del viento! No dijeron nada, solo compartieron una mirada de complicidad. Platicaban sin palabras.

Luego de un rato, se despidieron con una sonrisa y un hasta luego.

Ella se dirigió hacia donde estaban jugando los niños y de repente arrojaron una pelota hacia donde iba pasando. La recogió y se la entregó al que corría tras ella.

Siguió caminando y se encontró con la mamá del niño.

—Muchas gracias por darle la pelota a mi hijo.

—De nada, señora, me encanta ver a los niños que juegan.

—Eres muy amable, ¿cómo te llamas?

—Me llamo Alegría. ¡Hoy hice un amigo!










Historias de secundaria para chavos de prepa - Marco Serna

Martha, Mariano y Palomares

El primer día en la secundaria nomás nos presentamos entre compañeros y profesores, por eso tuvimos tiempo de sobra para conocer la escuela, responder “chismógrafos” y jugar básquetbol.

El primer partido con los nuevos compañeros no lo tengo tan presente como ese volado entre líderes al armar equipo. De entre un grupo de diez ya se había elegido a los mejores para esa cascarita de baloncesto, y al final solo sobrábamos otro y yo.

—Vente tú con nosotros, porque ese güey se ve muy pendejo —dijo Palomares, sin dejar otra opción al contrario que meterme a su equipo. 

Esa expresión sembró en mí una inquietud, porque además de haberme llamado la atención el basquetbol, con la práctica diaria pondría en su lugar a quien usó un calificativo que, aunque era verdad, me resultó inaceptable.

Mariano y Palomares eran compañeros del mismo salón. Yo estaba en el grupo A, junto al de ellos que era el B, cerca de la cancha de básquetbol. Aprovechando los minutos entre cada clase nos salíamos a tirar y por eso nos hicimos buenos amigos.

El interés por aprender pronto se convirtió en obsesión. Al salir de la escuela, como a la una y media, regresaba a la casa a comer, y para las cuatro ya estaba en la cancha. Todos los días me la pasaba jugando hasta que oscurecía y pronto mi progreso empezó a verse.

El primer revés lo sentí cuando no quedé entre el seleccionado de la secundaria. Los que sabían que el básquetbol se había convertido en mi pasión llegaron a burlarse. Me decían cosas como “ja, ja, no te vayas a suicidar” y expresiones similares. Por fortuna ese día me distraje con una cápsula del tiempo que fue depositada junto al asta de la bandera por el XXV aniversario de la secundaria. El objeto sería desenterrado cuando la escuela cumpliese cincuenta años.

Al siguiente día me sentí motivado. Continúe con el entrenamiento y en segundo año fui seleccionado, aunque no dentro del cuadro titular como sí pasó con Mariano y Palomares. Por lo pronto la directiva había organizado torneos internos. Se trataba de un torneo entre salones, donde los del grupo A nos quedamos con el tercer lugar, pues no pudimos superar al equipo del B, donde estaban Mariano y Palomares, que se coronaron campeones.

Hasta el tercer grado pude estar como alero en la selección de la secundaria. Mariano era escolta y Palomares pivote. Como nunca dejamos de practicar fuimos la mejor combinación.

No todo era juego. Siempre fui responsable con las tareas y me sentía contento con mi Walkman Sony, oyendo canciones de Los Enanitos Verdes, Caifanes y Soda Estéreo.

A Palomares todo lo de la escuela le valía, pero le ayudaba a su papá arreglando bicicletas. Por su parte, Mariano siempre anduvo de enamorado. Con Martha, su compañera de clase, duró tres meses. Desconozco detalles, pero decidió cortarla justo cuando los tres fuimos llamados a ser parte de la selección municipal. Participaríamos en un encuentro estatal de secundarias y solo teníamos dos meses para entrenar.

A Mariano lo recuerdo con su técnica inigualable para impedir que le robaran el balón, y Palomares —el más alto y fornido del grupo—, solo esperaba a que le llegara la pelota para marcar puntajes a favor desde distancia, o bien, nos protegía de tapones, dando oportunidad a que tanto Mariano como yo tuviéramos libertad para tirar a lo seguro. El entrenador sabía que nuestra tercia era la base del equipo y las expectativas eran buenas.

Pasaron dos semanas cuando en uno de mis entrenamientos diarios miré de lejos a Palomares. Venía tomado de la mano con Martha y ambos me saludaron. A la ex de Mariano la miraba diario en el grupo B. Nunca le dirigí la palabra, pero siempre me saludaba sonriente. Además, acudía a los entrenamientos, primero con Mariano, luego con Palomares, y era clara su emoción al vernos practicar.

Cuando anduvo con Mariano se sentaba en la fila que estaba entre él y Palomares y no faltaban los apapachos en los recesos. Yo me di cuenta porque iba a buscarlos para alguna cascarita, pero cuando se hizo novia del último la distancia fue inmediata.

La indiferencia no solo ocurrió en el salón de clases. Durante los entrenamientos se perdió la comunicación entre ellos. Para colmo Palomares en poco tiempo aumentó de peso y se volvió torpe. Se miraba más interesado por su nuevo amor que por el basquetbol.

En total fuimos diez seleccionados para representar al municipio. En una reunión el entrenador llamó al frente a Palomares y a Mariano. Tal vez desconociendo el tema los cuestionó sobre la frialdad que ambos mostraban, pues en las jugadas Palomares no daba el balón a Mariano, o viceversa, y de no ser porque yo servía de conexión, no se habrían concretado las jugadas más simples.

Durante la reunión Mariano se notó a disgusto. Reclamó a Palomares por el comentario de que "le había dado baje con Martha".

—Que te quede claro, el que la cortó fui yo, güey —gritó Mariano en tono amenazante y empujando a Palomares. Este lo miraba hacia abajo como esperando el momento para darle un golpe. El entrenador intervino.

—Las cosas personales se acaban al pisar la cancha, en el juego se tienen que hablar —dijo el profe, pero mis mejores amigos hicieron como si no escucharan.

Llegó el día. En el camión solo estábamos nueve jugadores. Faltaba Palomares, el más alto del equipo. Alguien lo fue a buscar hasta su casa, pues estábamos por partir.

—No salió nadie —dijo Francisco, y nos fuimos sin él.

En el camino, mientras miraba con desinterés los Air Jordan que me había regalado mamá para el torneo, pensé que mis tres años ininterrumpidos de entrenamiento no serían bastante para conseguir un buen lugar. Quise ser optimista al creer que mis jugadas a dúo con Mariano podrían servir, pero regresamos con un triunfo y dos derrotas que nos colocaron en el cuarto lugar. Mariano se notaba desesperado ante la peor racha de su vida. Yo jamás había encestado más que él y la diferencia fue mucha. No sé si padecía mal de amores o si sentía herido su orgullo.

Al volver me sumí en depresión. Dejé de entrenar tres semanas. No quería saber más del básquetbol y guardé en una bolsa de basura el uniforme, los tenis y mi Walkman. Por un tiempo me refugié en las maquinitas.

Palomares ya no volvió a la escuela. Durante la graduación me despedí de Mariano y de sus compañeros del grupo B entre saludos y abrazos. Yo comencé a estudiar la preparatoria y no volví a verlos. Luego decidí ser abogado.



Un día recibí un mensaje de Martha. En un chat me explicaba que estaba triste debido a la muerte de su papá. Había llegado al pueblo para el sepelio y tenía ganas de saludarme. Me di tiempo para acudir al velorio, al que llegué casi a la medianoche.

Ahí estaba, como cuando éramos adolescentes. La abracé y hablamos sobre su padre. Después le pregunté por Palomares.

—Fíjate que terminando la secundaria nos casamos. Tenemos un hijo. Míralos, ahí vienen, fueron a comprar unas cosas a la tienda.

Palomares tampoco se notaba distinto, a no ser por el aumento de su barriga. El hijo me saludó amable.

Durante la noche los tres recordamos buenos momentos. Claro que por cuestiones obvias no tocamos el nombre de Mariano ni situaciones del básquetbol.

Me fui cerca de las tres de la madrugada. En el camino pensé que con aquella derrota estatal no solo perdí el campeonato. Se truncaron mis aspiraciones deportivas. Durante muchos años culpé de mi condición a Palomares, luego a Martha y después a Mariano. No descarto que el inicio del romance entre ellos haya sido una venganza porque Mariano la terminó, aunque Palomares siempre presumió el logro como una conquista personal.




A inicios de año una compañera de generación me llamó para platicarme que, ahora en el cincuenta aniversario de la secundaria, desenterraron la cápsula del tiempo, y que entre las cosas que propusimos los del grupo A estaba la cinta debut de Los Enanitos Verdes.

—Es que a mí me gusta mucho la canción que se llama Aún sigo cantando, y viene en ese casete, todo el salón tarareábamos otras rolas de ellos, como La muralla verde —dijo con voz entrecortada.

—¿Te acuerdas que el primer día de clases lo que hicimos fue contestar varios chismógrafos?

—Sí, lo recuerdo.

—Y a que no adivinas quién le gustaba a Martha antes de que anduviera con el Mariano.

—¿Quién?

—Tú, mensito —dijo la Mary entre carcajadas.

No le habría creído, pero me envió una captura de pantalla con la respuesta de Martha. Según eso, durante el evento se les permitió revisar objetos y cosas, entre ellos la libreta que había sido creada para enterarnos de chismes entre compañeros. Ahí, la Mary se dio cuenta de que con letras mayúsculas y remarcadas con rojo, Martha puso mi nombre como respuesta a la pregunta ¿Quién te gusta?

Mary también me dijo que Palomares y Martha se habían divorciado.

Después recibí un mensaje desde un perfil que no tiene foto. Era Mariano. Me comentó que estuvo en los Estados Unidos. Al volver tuvo de nuevo una relación de noviazgo con Martha, quien se contactó con él gracias a Facebook, pero a los dos años terminaron por un pleito en el que intentó arrollarlo con una camioneta.

—¡Está reloca! —dijo.

Luego me llegó otro mensaje de Martha. Me preguntó por la ubicación de mi oficina porque estaba interesada en una consulta jurídica.

—En la secundaria yo siempre quería platicar contigo, pero a ti solo te interesaba el básquet.

Me sorprendió su comentario. Aunque es una mujer guapa, no habría tenido valor de andar con la ex de uno de mis mejores amigos. De cualquier forma la cité para esta segunda semana de febrero.




Anoche soñé con aquella derrota deportiva. Ya no tengo edad para rolar la pelota, pero creo que mientras nuestro equipo perdió el campeonato, Palomares renunció a todo para ganar una familia, y lo logró durante algunos 20 años.

Me cuestiono qué sentirá Palomares al estar sin Martha y sin su hijo en este febrero, mes del año en que los enamorados de secundaria expresan amor en su forma más pura; pero también quisiera saber qué sentirá Martha, al haber tenido una segunda oportunidad con Mariano, y que ahora este la juzgue loca.

Por las fotos de su perfil social, he visto que la ex de mis dos amigos conserva bonita figura. Ahora que cortó con Mariano se hizo arreglos en la nariz y utiliza frenos, aunque su sonrisa siempre ha sido linda. También luce un nuevo corte de cabello. En uno de sus estados acabo de ver que para nuestra cita del día de hoy, se ha puesto un vestido entallado y zapatos de tacón.




Estoy nervioso. Falta media hora para la consulta…

—¿Martha?

—Marco, estoy a dos cuadras.

—Oye, mira, una disculpa. Tengo un compromiso urgente de última hora. No podré atenderte.

—No me digas eso, ya estoy casi a la vuelta.

—Por cierto, feliz 14 de febrero. Mil disculpas. Un beso, Martha.

Amor-es

Este martes 14 de febrero es el lanzamiento mundial de un libro para coleccionar en tu biblioteca virtual: AMOR-ES. Antologado por la reconocida escritora Karla Barajas, el volumen reúne a más de 70 escritores mexicanos que le escriben al amor en todas sus facetas. Minificciones para descubrir lo que este sentimiento genera en nosotros, en textos alta calidad escritural. Con descarga libre y gratuita, en la Colección Literatura de las Américas de la Editorial Digital EOS VILLA Argentina, conjuntamente con CHICATANA Ediciones.

Recomendaciones

Pedí a asistentes de los talleres literarios del Centro de las Artes y la Casa López Velarde jugar al "basta" con películas, novelas, poemas y canciones románticas o eróticas. Aquí algunas de las respuestas:

Películas: El amante, El libro de cabecera, La casa del lago, La chica del arete de perla, Lolita, El último tango en París, La secretaria, La la land, De mor sexo y otras perversiones, Your name, A él no le gustas tanto, La propuesta, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, Scott Pilgrim contra el mundo, 

Novelas: Memorias de una geisha, El lector, Los amantes de Praga, Cuentos inenarrables, Las batallas en el desierto, H de Harry, Orgullo y prejuicio, cualquiera de Edgar Allan Poe, Para que no me olvides, Romeo y Julieta, Las ventajas de ser invisible, 

Canciones: Canción para el viento (Perotá Chingò), La ciudad de la furia, El país de la lujuria, Entre caníbales, Agúita de melón, Historia de un amor, Love is, Monster (EXO), I can falling in love, The love is a bitch, Ojos color sol (Calle 13), Cruce de pieles, ¿Quién fuera? (Silvio Rodríguez), Don (Miranda!)

Series: Los años maravillosos, Wanda-Visión, Robots love and dead, True beauty, 

Poemas: La escritura (Óscar Oliva), Los amorosos (Jaime Sabines), Me dueles,  Miradas de Sísifo, Idilio salvaje

Pintura: La dspedida (Remedios Varo)

Carta de amor - Ofelia Mendoza

Se puede plasmar en una carta de amor la tristeza más profunda por la pérdida de un ser amado, sin dejar a un lado la felicidad por el tiempo compartido. Siempre mío, siempre tuya, siempre nuestro.

Y pasará el tiempo, años tal vez. Toda la vida quizás, y amaría el significado “por toda la eternidad” pues, aunque ya no te veo, no te siento y no te puedo tocar, me gusta pensar que hay momentos, personas y experiencias de la vida que son para siempre, aunque no pueda verte, pero perdurarías en el aire y en alguna parte de todo el universo y eso, amor mío, va a quedar para siempre.

Pero sería la fuerza del corazón la que mueve al cuerpo aun sin voluntad, la fuerza del amor, la fuerza que nos haría derribar cualquier barrera. Esa fuerza de estar juntos, tú en el cielo y yo en la tierra, seguiría de tu mano, imaginaria con la réplica tuya en nuestro hijo, un hombre cabal un hombre de bien.

Tú me enseñarías a amar como solo tú y yo, y compartirías conmigo el basto lenguaje del amor. Ahora tus caricias llegan a mi piel en cada ráfaga de viento y tus besos tocan mis labios en cada gota de lluvia. Por eso sé que estas a mi lado y estarás, al igual que yo, sorprendido junto a mí de que nuestra historia no termina. No puede terminar mientras Dios siga trayendo a mí los mensajes de tu amor y mientras mi piel y mi memoria sigan impregnadas de tu recuerdo.

Con los pies en la tierra y el corazón en el cielo, siempre tuya, siempre mío, siempre nuestro.

Libre - Beatriz Rodríguez



Fue muy corto nuestro viaje,
enlazadas nuestras manos
vimos un bello paisaje
así mientras nos amamos.

Mucho disfruté la ilusión,
no imaginé que mentías, 
engañar mata la pasión,
tú lioso, yo alegrías.

¡Acabaron tus falacias!
Tuve el valor de alejarme,
tus mentiras son desgracias,
de ellas quiero librarme.

Ahora deseo sanar.
Merezco el amor que te di, 
buscaré paz frente al mar, 
soy feliz porque no mentí.

13 de febrero... y posteriores - David Octavio González

Querido diario: 

Te ruego que ignores todo lo que escribí antes en estas páginas sobre el amor romántico. Por favor, no me culpes, entiende que por lo general quien escribe sobre el amor en realidad escribe desde el desconocimiento total.

Incluso podría pensar en lo poco objetivo que es tal encomienda, el amor desde las letras del enamorado es un coctel de químicos cerebrales y palabras calzadas para expresar aquello que se desborda desde el corazón.

Ya sé, diario. Me vas a decir que el corazón tiene que ver, pero justo por él es mi argumento: el corazón ni tiene que ver pero tampoco sabemos dónde vive el amor, al menos el amor romántico. Cuando nos duele el amor decimos que nos rompieron el corazón.

Cómo te decía respecto a quienes escriben sobre el amor, son los menos adecuados. Es porque como el filósofo, poeta y religioso que escriben sobre el amor, son ellos los que menos lo entienden. El filósofo ronda desde la duda, el poeta transforma el lenguaje y el religioso cree, pero al final del día son los que menos lo entienden porque son los que más rechazan el amor romántico.

Los músicos y los viajantes son otro fenómeno. Ellos no se quedan a vivir el amor, gozan y se van. Los músicos parecen entender el amor, escriben e interpretan canciones que los enamorados juran que son lo que ellos están viviendo, pero es una trampa y nada más.

Los jóvenes dicen que enamoran de verdad, pero no son correspondidos, y se enamoran de una idea que no siempre corresponde a la persona de la que se enamoran, pero como son jóvenes tienen tiempo para abrir los ojos.

Yo ya no estoy joven, querido diario. Ya viví las más terribles derrotas amorosas, creí y descreí. Hoy, como ya te dije, es martes 13, fecha donde el conquistador Hernán Cortéz fue derrotado y en la noche triste lloró.

Diario: 

Siempre que he necesitado un hombro para llorar, quien me escuche o lea. Tú ahí estás, diario. Tus páginas se mojaron de mis lágrimas y siempre tú, diario.

No es descabellado, ahora que me he rendido al amor romántico, y tú me has acompañado, seas quien me levanté y cure mis pedazos, diario. Pondré sobre mi pecho palpitante tus pastas y rociaré mi perfume, te llevaré a todos lados y te presumiré frente a mis amigos.

Ya sé, diario, no hay secretos entre nosotros. Esto será perfecto, nadie podrá ver lo que en ti escribo porque te colocaré un cerrojo, y cada noche con mi lápiz deslizaré esas palabras que te harán lucir llenito.

Ay diario, ahora que somos algo más que quien escribe y quien es escrito. Quiero que sepas que somos el uno para el otro y que estuviste frente a mi desde hace tanto tiempo.

Siempre tuyo, con amor tipográfico,

Darío


Solo fue así - María Antonieta Rendón



Hoy por la temporada 
tendré que escribir un poema de amor.

Solo fue así.

Pienso que debió ser amor.
Pienso en sus palabras,
pienso en el silencio,
en lo que dejo el amor
entre lo más profundo.

El amor puede cambiar
pero queda la esencia.

Mientras piensas, vives en lo que pudo ser,
hay un recuerdo, la ilusión de que estuvo ahí.
Tal vez no era el momento preciso
de quedarse para siempre.

El vuelo de la pluma lo podría explicar,
mientras tanto sientes muy adentro
que estuvo ahí,
fueron momentos de espacio tiempo
medido por el corazón.

Eso bastó para que
fuera inmortal 
con un beso.