martes, 14 de febrero de 2023

Melancolía - Alejandro Preciado


Ella observaba desde una banca del parque, situada en una pequeña colina. Un punto de observación que permitía ver toda la extensión de los prados. Acostumbraba pasar largos ratos en ese lugar, disfrutando de la intimidad con la naturaleza y de la calma en ese punto poco concurrido.

El sol iluminaba la escena colándose por los huecos que dejaban las grandes nubes blancas. Pudo ver a lo lejos niños meciéndose en los columpios a todo lo que daban sus fuerzas y otros en las resbaladillas, riéndose cada vez que llegaban al piso. También vio un grupo correteando en los prados para patear una pelota, bajo la mirada complacida de los adultos. Era domingo y las familias podían estar reunidas. Una pareja de novios tirada en el césped reía al descubrir figuras entre las nubes que cambiaban de forma lentamente ante la brisa que soplaba en el valle. 

Recién entraba la primavera y la temperatura era muy agradable. Llegaba más gente, pero ella se había alejado buscando estar tranquila. Estaba absorta observando, por lo cual no se dio cuenta cuando alguien se acercó por un lado de la loma.

—¡Hola!, ¿qué haces? —le preguntó el muchacho.

—Nada, solo veo cómo juegan los niños —respondió después de reponerse de la sorpresa.

—Estás sentada en mi banca favorita y ya es el tercer domingo que me la ganas. Tendré que llegar más temprano —dijo mientras sonreía.

—Bueno, llegué hace dos horas. Tienes que madrugar para lograrlo.

—Yo soy Fernando. ¿Cómo te llamas?

—Melancolía.

Él se sintió sorprendido ante ese nombre, pero disimuló.

—¿Puedo sentarme aquí en el pasto junto a la banca? No molestaré.

—Está bien, pero no hagas ruido para poder escuchar el viento.

—¿Se puede escuchar el viento?

—Sí, las hojas de los árboles le ayudan a hacer sonidos. En el otoño interpretan las mejores sinfonías.

—He venido tantas veces y no pensé en eso.

—También se puede sentir, cuando nos toca la piel y nos refresca.

—Eres una experta en el viento. ¿qué más conoces de él?

—Conozco su aroma, me gusta cuando se apropia del perfume de las flores.

—Sorprendente, solo falta que me digas que lo puedes ver.

—Sí, puedo ver cómo se mueve observando el vuelo de las aves. Ellas siguen su oleaje. Lo mejor es cuando ves una parvada navegando por el viento.

—Me asombras, Melancolía. Cuéntame algo más.

—Me falta descubrir su sabor. Pero pronto lo haré. Estoy segura.

Después estuvieron en silencio. Disfrutando del viento que ese día era una suave brisa. Pensaron que era delicioso. ¿Delicioso? ¡Habían descubierto el sabor del viento! No dijeron nada, solo compartieron una mirada de complicidad. Platicaban sin palabras.

Luego de un rato, se despidieron con una sonrisa y un hasta luego.

Ella se dirigió hacia donde estaban jugando los niños y de repente arrojaron una pelota hacia donde iba pasando. La recogió y se la entregó al que corría tras ella.

Siguió caminando y se encontró con la mamá del niño.

—Muchas gracias por darle la pelota a mi hijo.

—De nada, señora, me encanta ver a los niños que juegan.

—Eres muy amable, ¿cómo te llamas?

—Me llamo Alegría. ¡Hoy hice un amigo!










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