martes, 14 de febrero de 2023

Recuerdos setenteros - María Garay

Desde mi banca, te miro de lejos. Me gusta tanto ese gesto tuyo: el ceño arrugado y los dientes apretando el labio inferior.

Estás tan concentrado en el esbozo del dibujo a carboncillo de los centenarios árboles que no has advertido la curiosidad que despiertas en los paseantes. Josefina, la auxiliar del profe de pintura, escogió este lugar para hacer la tarea; sólo a ella se le ocurre elegir un parque público tan popular para realizar el trabajo. 

Sonrío y pienso que un joven tan alto y larguirucho, sentado en esa minúscula silla portátil, con un sombrero de guerrillero, y con los lápices y cuadernos desordenados en el piso, ha de parecer raro y gracioso a quienes por aquí deambulan (más con el aspecto que te da esa barba, con la cual, según presumes, te pareces al Che Guevara). Si permanecemos un rato más, seguro tendrás público alrededor, lo que te incomodará y enfadará —parece que escucho a tu mamá: “Leonardo ya casi cumple veinte años y no madura”—. Así que llego por ti y nos vamos. En casa inventaremos algo para concluir la tarea, y más tarde integraremos lo de todo el equipo.

Suerte que nos tocó compartir el trabajo con algunos de nuestros amigos; al terminar, podemos tomarnos una cerveza y charlar un rato escuchando música de Serrat. ¿Cómo va esa canción que tanto nos gusta? Nunca me acuerdo del título, pero cada vez que la escuchamos cantamos a todo pulmón los versos que dicen:

Por ti brilló mi sol un día
Y cuando pienso en ti
Brilla de nuevo
Sin que
Lo empañe la melancolía
De los fugaces
Amores eternos


A propósito de amores, ayer escribí en mi diario la anécdota del fin de semana; no quiero que se me olvide ningún detalle. Al rememorarte, se presenta con intensa y dulce claridad la picazón de tu barba y mi pelo enredado en tu cuello. Mi cuerpo expandido al límite; explosión de gozo compartido. Experiencia íntima y maravillosa

Recuerdo esa película que vimos el mes pasado —a escondidas, porque en la sección semanal del periódico estaba clasificada con la letra “D: para personas de amplio criterio“, y parece ser que en esta ciudad, a nuestros 19 años, todavía no cumplimos con esa característica—: El último tango en París. Sólo me atreví a entrar al cine porque tú me acompañabas. Me sentí tan impactada con el tema y la intensidad de las escenas que estuve tomada de tu brazo, ruborizada y sudando todo el rato. Era la primera vez que veía escenas sexuales tan explícitas. Por cierto que esa noche tuve insomnio y escalofríos.

El descubrimiento de mi cuerpo, así como la búsqueda de caminos diferentes de desarrollo intelectual y profesional, ha sido complicado. Con mi crianza familiar “tradicionalista”, fue difícil convencer a mis padres tanto de mi elección de carrera universitaria, como de novio. Suerte que la universidad abrió la carrera de Artes cuando salíamos del bachillerato y fue una opción muy adecuada a los intereses de los dos. Y en lo que a ti te corresponde, suerte también que les caíste bien, y no hubo dificultades al respecto.

Por cierto, te recuerdo que la próxima semana nos toca comentar la vida y obra del poeta Efraín Huerta. He estado seleccionando algunos de sus poemas y uno de ellos me ha gustado mucho: La Paloma y el Sueño: “Tú no veías el árbol, ni la nube ni el aire. Ya tus ojos la tierra se los había bebido y en tu boca de seda sólo un poco de gracia fugitiva de rosas, y un lejano suspiro…” Como música de fondo escucho a Serrat, y canturreo:

Por ti brilló mi sol un día
y cuando pienso en ti
brilla de nuevo...

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