viernes, 14 de febrero de 2025

Dos poemas de Juan Francisco Puente

EL DESVELO

No deberíamos dormir temprano,
sigue la tormenta, el estruendo,
mientras los relámpagos iluminan la habitación
y de su luz se nos ensucia este alimento místico.


Llueve, y por eso tras la puerta hay sombras a salvo del
desprecio. Nadie nos puede ver, nadie debería interrumpir
esta faz de nuestros márgenes.


Nadie ve que nos tocamos, nos hablamos. Repetimos
cosas, ruido de habla, como unos despojados de su prisma.
Nadie va a entendernos este lenguaje, destruido bien y tan
escuchado mal por la luz del foco (que si obedece se apaga,
y si lo queremos, tampoco estamos).


Quién sabe si esto es real, esto que reposa con otro, sin
réprobos. De ellos, sí, deberíamos cuidarnos, que no
nos vean. No dormir temprano. A esta hora,
el ahorcado cuida su cuerda y el cielo
aún da la espalda.



* * * * * 



HISTORIA CONTRARIA


Universo de signos nuestro territorio.
Nosotros, los dos habitantes.
Nuestro hogar, un frágil caos
en el que giramos.

Ahí se da una historia en contra
de cualquier relato a secas,
narra una emoción,
una generosa entrega
donde nos buscamos,
nos arrojamos a nosotros,
a nuestra piel, nuestras venas,
reconstruidas entre el pulso
y el polvo.

Amiga - Amalia Osornio Bravo


¿Qué es la amistad? amistad eres tú.

Te conocí con tu amplia y sincera sonrisa,

tus ojos divertidos brillaban

cuando las cosas cotidianas nos parecían tan divertidas.

Ofrecíamos flores a María en el mes de mayo

con nuestros vestidos blancos cubiertos de encajes,

después del rosario le dábamos una friega a María

con algodones empapados con agua florida

como cuando mi madre me bajaba la fiebre con alcohol.

Pareciera que la madre santísima tuviera escalofríos

y nosotros, con tanto amor, no hacíamos más que maltratarla.

Con el tiempo supimos que se trataba de una valiosa reliquia

pero ese dúo de chiquillas traviesas qué iban a saber de arte.

Todo era motivo de alegría.

Hubiese querido compartir contigo

mi gusto por trepar a los árboles,

las excursiones entre cerros,

nadar en el río o montar a caballo

mas sabía de antemano

que tu madre nunca lo hubiese permitido.

Te miraba al pasar, sentada en la banca frente a tu casa

bajo la sombra del mezquite con tu vestido plisado,

zapatitos de charol y tobilleras blancas

y tu par de coletas adornadas con un amplio moño,

yo con mi largo pelo chino e ingobernable,

mi piel reseca agrietada y requemada por el sol

los viejos tenis agujerados, herencia de mi hermana mayor.

Así pasaron los años y los tiempos cambiaron

desde mi ventana te vi pasar el día de tu boda

en un vehículo adornado con hermosas flores,

ibas sentada en el cofre con tu vestido blanco

y tu velo juguetón retozaba llevado por los aires.

A tu lado iba el novio tomando tu mano

para que no resbalaras

seguían al auto los mariachis

y más atrás la multitud de invitados.

Te veía tan feliz y tu felicidad era la mía.

Llegó la familia y nuestra amistad más fortalecida.

Cuántas veces lloré sobre tu hombro,

fuiste una tumba para mis penas

y sin sentirlo la juventud

poco a poco se nos fue escapando.

La piel se marchitó, los ojos se nublaron

el pelo blanco se volvió, los achaques aparecieron.

Vi morir a tus padres, viste morir a los míos.

Los hijos se fueron y de nuevo solas quedamos

pero te aseguro, amiga, que no me siento sola

porque sé que siempre estarás cuando te necesite,

porque nuestra amistad ha superado todas las pruebas,

ha sido como el oro que se funde en el crisol

y su pureza ¡no tiene valor!

¡GRACIAS A LA VIDA POR TENER UNA AMIGA COMO TÚ!

Los tres estados - Tutis, Alebrije Infinito

Devoción - Emmanuel Orlando Rivera Gutiérrez

Jovita me explicó que no iba a poder ir al café: un viejo conocido le pidió ir a cenar porque tenía que decirle algo importante. ¡Qué triste pasar un 14 de febrero, y en domingo, a solas! Me desesperaba la idea de qué hacer ese día, sentía que hasta ir al mandado me recordaría que no tenía a nadie. Ni pensar en salir al cine o algún parque, tampoco es como un día familiar, no hay un lugar para los solitarios. Por esto, junto con Jovita, había convocado a un encuentro para personas olvidadas por San Valentín, compartiendo el evento en redes sociales.

No sabía a quién rezarle. No estaba dispuesta a ser devota de ningún ente oscuro, tampoco estaba dispuesta a usar esas redes para parejas. Comencé a ignorar la figura de San Antonio puesta boca abajo, ya no le prendí su veladora esperando que me hiciera el milagrito. Entonces surgió esa idea: ¿qué pasaría si le rezaras a San Valentín? al final de cuentas quería conocer a alguien para celebrar su día. El gran problema que tuve fue que no había estampillas o algo a lo que rezar, cuando preguntaba en las tiendas de la iglesia me miraban raro, una vez una señora sacó esa imagen del ángel alado pero eso hubiera sido rezarle a Cupido y quien sabe que hubiera pasado. Tomé una imagen que imprimir de la red y le puse una veladora encomendándome todos los días antes de salir al trabajo.

Dos días antes del 14 un chico aceptó la invitación al evento. Había olvidado eliminar el post y me dio pena decirle que no había más invitados confirmados que él. Dejé las cosas así. Cuando llegué, Carlos ya estaba ahí. Nos presentamos, él era encargado de una tienda de zapatos cerca de mi lugar de trabajo, seguimos saliendo y a las dos o tres semanas nos hicimos novios.

“Guillerminita de mi corazón”. Así siempre me saludaba Camilo, desde que nos presentaron me dio una mirada coqueta, debo reconocer que también que desde que lo vi me llamó la atención: es guapo y podía conversar con él por horas, lo cual hacía menos tedioso el trabajo, después fue tomando más confianza, y jugando me tomaba el cabello. Trabajábamos juntos en la tienda de teléfonos del centro, las cajeras hacían bromas por cómo nos veían, me decían que me animara a tener dos novios pero no estaba a dispuesta a engañar a Carlos, él tan amable que se preocupaba por mí, pasaba de su trabajo al mío cuando salía,



No quiero interrumpir si Camilo tiene a alguien más. Tomé la decisión de pedir un cambio a la nueva sucursal, y he decidido no avisarle. Me acordé de parar la estatua de San Antonio, le prendí una veladora. No sé, en una de esas le dio celos que le rece a otro santo: a Camilo lo conocí un 13 de junio.

Distancia del amigo, de Rosario Castellanos - Tutis, Alebrije Infinito

La Niña Margarita - Humberto Rodríguez L.

Con el rostro desencajado, Genaro se levantó de su asiento dispuesto a hacer pedazos a quien se atrevió a hurgar en sus pertenencias. Aquella plácida tarde de verano, en el gran comedor familiar y ante toda su familia, se dirigió a su madre y le espetó:

—Alguien tomó un reloj de uno de mis cajones. Entraron a mi recámara con la desfachatez de un vulgar ladrón.

Doña Rosario, madre de Genaro, era una mujer madura, delgada, de piel muy blanca y cabello entrecano. Su gentileza era legendaria, jamás se le había visto malhumorada. Al escuchar las palabras de su hijo, se puso pálida y, con la voz temblorosa, apenas logró articular:

—No puede ser, hijo... Nunca se ha perdido nada en esta casa. Tu esposa, tus tres hijos, tu hermana o yo, que soy tu madre… ninguno de nosotros tiene necesidad ni carece de los principios que siempre hemos inculcado. ¿No será que lo guardaste en otro lugar?

—No —contestó Genaro con firmeza—. Estoy completamente seguro de que lo dejé en la parte trasera del primer cajón de mi chifonier. No vi la necesidad de ponerle llave, precisamente porque aquí no es cueva de ladrones. Mamá, ese reloj me costó bastante; lo compré para regalárselo a Carmelita este 14 de febrero.

La comida familiar tomó un giro inesperado. Genaro se levantó de la mesa colérico, dejando el plato intacto y gritando que, tarde o temprano, descubriría quién había invadido la intimidad de su habitación y la de su esposa. Su madre no pudo contener el llanto.

Esa noche, Doña Rosario no logró conciliar el sueño. Antes de acostarse, conversó con su hija Etelvina, con quien compartía la recámara, pero por más que trataron de encontrar una explicación no lograron resolver el misterio. Durante la comida inconclusa, todos se preguntaron entre sí si alguien, por necesidad, habría tomado el reloj. Sin embargo, con la mayor expresión de sinceridad, todos negaron haber cometido tal ilícito.

A la mañana siguiente, Doña Rosario recibió la visita de su otra hija, Libertad, a quien puso al tanto del robo y del mal momento familiar del día anterior. Libertad se quedó pensativa y trató de sembrar sospechas sobre dos personas del servicio: Catalina, "la del rancho", quien trabajaba como lavandera y solo acudía una vez por semana, y María Nicolasa, la empleada doméstica que llevaba años viviendo con la familia y era considerada como parte de ella. María Nicolasa había visto nacer y crecer a los tres hijos de Genaro.

Esa misma mañana, Doña Rosario esperó el momento exacto para hablar a solas con María.

—María, llevas muchos años con nosotros y sabes que te consideramos familia. Esta semana desapareció un reloj, al parecer muy valioso. Quiero que, con toda sinceridad, me digas si lo has tomado tú. Comprendo que todos, en algún momento, podemos enfrentar problemas económicos. Si ese es tu caso, yo puedo ayudarte y te prometo que no habrá consecuencias.

María, casi al borde del llanto al ver que dudaban de su honradez, alcanzó a balbucear:

—Señora, le juro por el Sagrado Corazón de Jesús que yo no he tomado nada.

—¿Ya le preguntaste a María? ¿Ya le preguntaste a Catalina? —insistió Libertad.

—Sí, les pedí a ambas que fueran sinceras y que, si tenían algún apuro económico, yo podía ayudarlas sin perjudicarlas. Les supliqué honestidad con tal de resolver este problema. Sin embargo, las dos, casi al borde del llanto al saberse sospechosas, negaron haber tomado el reloj.

De pronto, Libertad sugirió:

—¿Y si vamos con mi tía Soledad y le preguntamos?

Soledad, hermana menor de Doña Rosario, era una mujer profundamente religiosa, de baja estatura y muy guapa. Además, había desarrollado habilidades esotéricas tras haber estado casada con un indio yaqui de Sonora, quien le enseñó herbolaria. Con el tiempo, Soledad descubrió que tenía el don de la clarividencia y comenzó a ganarse la vida con la lectura de cartas, la adivinación del futuro y la solución de problemas. Aseguraba obtener respuestas consultando una pecera que contenía "agua bendita".

En su casa tenía una habitación especial para sus actos de clarividencia. Un altar tapizado de santos católicos dominaba la escena. Las paredes estaban adornadas con retratos dibujados a lápiz de personajes ya fallecidos con apariencia de santos. Entre ellos se encontraban el hermano Juan Soldado, La India Margarita (a quien Soledad prefería llamar “La Niña Margarita”), Juan del Jarro y El Niño Fidencio, con cuyos espíritus aseguraba poder comunicarse.

Cada viernes por la tarde, en esa recámara, Soledad colocaba una humilde silla de madera con asiento y respaldo tejidos con cordón de ixtle. Se ponía “la Túnica Sagrada”, una prenda sencilla de color blanco, y con la ayuda de su pecera y “sus santos”, cerraba los ojos y entraba en un profundo trance para comunicarse con “La Niña Margarita” y desentrañar los misterios que los creyentes le confiaban.

Doña Rosario no quiso esperar más días. Cruzó la ciudad para visitar a su hermana. Al llegar a aquella humilde casa de adobe con fachada verde turquesa, en un barrio de la periferia, lo primero que la deslumbró fue la larga fila de personas esperando consultarla. Había campesinos, citadinos y hasta una que otra persona elegante. La fila comenzaba en el zaguán y continuaba a lo largo del patio de cantera, lleno de macetas con plantas bien cuidadas. Dos gatos, dueños del lugar, se movían con parsimonia, y un viejo gallo caminaba con seguridad, como si supiera que aquel era su dominio. Era el legado que en vida le había dejado a Soledad su difunto esposo, “El viejo Gonzalo”, quien aseguraba que toda dolencia se podía curar con un carrujo de marihuana.

Soledad, al ver a Doña Rosario, la saludó con calidez y la hizo pasar sin hacerla esperar turno.

—¡Qué gusto verte, Rosario! ¿Cómo han estado?

—Bien, gracias por preguntar —respondió Rosario—. Te traje unos guisados. Pensé en ti porque sé que siempre tienes tanta gente y hay días que ni comes bien. Debes cuidarte, Soledad.

—Gracias, hermana. ¿En qué puedo ayudarte?

—Fíjate que desapareció un reloj de Genaro. Alguien lo tomó de su cajón y ya pregunté a todos en casa, incluyendo a María Nicolasa y a Catalina, pero todos niegan haberlo tomado.

—Acompáñame al altar —respondió Soledad—. Preguntaremos a La Niña Margarita.

Ambas se dirigieron a la habitación especial, se colocaron frente al altar lleno de imágenes de santos y veladoras encendidas, y extendieron los brazos con las palmas hacia arriba, en señal de recibir una gracia, una respuesta.

Después de varios minutos de silencio y con la respiración controlada, Soledad volteó a ver a su hermana Rosario y exclamó:

—Refugio, la persona que tomó el reloj es el hijo más pequeño de Libertad. Es un adolescente que anda en malos pasos. Deben hablar con él y pedir a nuestro Padre Celestial para que abra su mente y su corazón y regrese al camino del bien.

El viento suena - Eva Ortega


Silencio,

que el viento suena

cuando tu no estás.




Te busco cual rayo

que rompe la piedra

y alumbra la oscuridad.




Tu fuego,

pendiente de mis sueños

anhela nuestro encuentro.




En el desierto,

llegaste justo cuando

menos te esperada.




Iré unida a ti,

igual que una sombra

al plumaje del colibrí.