AMOR Y AMISTAD
POR MARCO SERNA
—Padrino, ¿le lavo la camioneta?
—No, ahijao, ayer la lavé. ¿Y ora? Si tú mismo dices que llevas cuarenta y cinco años de güevón.
—Es que quiero comprar algo.
—Has de traer hambre, pinche Samy. Dinero no te doy, porque te lo gastas en vino. Deja le digo a mi vieja que se asome al refri pa que te traiga un yogur. ¿O quieres un pan?
—No, padrino, me acabo de reventar una Maruchan. Quiero comprar otra cosa.
—¡Ah, cabrón! Andas muy misterioso. A ver... playera trais, sudadera también, ¡A güey! ¿Y esos tenis del cocodrilito dónde los conseguiste?
—Me los regaló el Chilo, padrino.
—Esos valen una feria, güey, es más, si me quedan, te doy pa una Maruchan orita. A ver, préstalos.
—Ta bien, padrino, nomás deje quitármelos...
—¡Eeeeh güey! No te recargues ahí. Tas viendo que mi Cheyen es del año, le vas a sumir la puerta. Deja le abro pa que te los quites en el asiento. ¡Ey, vieja! Traite las llaves de la troca y una bolsa de hule, de esas grandes pa basura.
—¡Padrino... padrino! A ver, píquele de nuevo.
—¿Pa qué. güey?
—Pa que prendan chingón los foquitos otra vez.
—¡Ahí tá! Así le hace, cuando se abre. ¡Pendejo!
—Huele bien perrón, padrino, a cuero.
—Aguanta, todavía no te subas, pérate a que ponga este hule… ora sí, siéntate.
—Tenga, mídaselos.
—No mames, pinche Samy, te jieden las patas, échate cal.
—Nombre padrino, me bañé sabe qué día. Usté sabe que hace un chingo de frío, y no tengo boiler. ¿Sí le quedaron, padrino?
—Chingao. Nombre, tan chicos, pero tan regüenos. ¿A poco sí te los regaló el Chilo?
—Sí. Me llevó a comprarlos y luego nos echamos un bajón en los mariscos. Ya ve, ese güey compra robado. Le llevé una esclava que me hallé tirada. Brillaba rebonito, por eso me los regaló.
—Sí, mi compadre compra y vende de todo. Tan chingones los tenis, pero no me quedan. Luego luego se ve cuando son originales.
—¿Tons qué? ¿le lavo la camioneta o le llevo a boliar sus botas?
—¿No tas viendo que ta limpia cabrón? Apenas fui por ella sabe qué día a la agencia y las botas ya las tengo listas pa irme de rato a los gallos. Andas muy raro. Oye cabrón, tas más flaco. ¿Tas malo o qué?
—No, pero no me ha dado hambre.
—¿Y tu garraleta onta?
—Anda peda, ya le dije que le pare, pero no hace caso. Sabe qué día la fui a buscar y andaba con el Nene y el Carroña, y los demás cabrones que se juntan. Me la dejaron encuerada ahí en el callejón y me quedé con ella, cuidándola hasta que despertó.
—¿Pero es tu morra todavía? ¿O ya no?
—No, padrino, le dije que ahí moría. Ya ve que yo dejé el chemo y tengo poco que ya no pisteo, pero viera cómo la extraño. La conocí en el anexo, y todo bien, me la llevé a vivir conmigo, y pus la neta, se ponía a lavar parabrisas pa sacar varo, o nos íbamos a las fiestas a que nos dieran comida. ¿Usté cree que alguien nos iba a dar jale?
—No pos ta cabrón, pero si cierto. Aquí viniste al cumpleaños de mi señora, con una bolsa, y trajiste a tu pinche churpia y no dejaron ni salsa, cabrones. Se fueron bien cargaos con comida como pa una pinche semana, pero no hay pedo, pa eso los invité, pa que tragaran hasta llenar. Oye, y los pasitos de cumbia, ¿tú se los enseñaste?
—No, padrino, ella baila desde morrilla. Ahí se enseñó en las vecindades de Tlaxcala.
—¿Cómo dices que se llama? ¿Licha?, ¿Sí? Oquei. Se la rifaron chido bailando de aventón. La gente del barrio no dejaba de hablar del “Samy y su garraleta”. Así les decían.
—Nomás que no me di cuenta de que se salió con una botella de güisqui, padrino, y llegando a la casa que me dice: «Ponte chido, Samy».Le dije: «No mames, Licha, vamos saliendo del anexo y ya presentas culerías». «Nomás un trago, Samuel. Dicen que deste toma el presidente, el gober, nomás un traguito a ver a qué sabe». Y como nunca habíamos tomado deso, pus que nos ponemos hasta el culo, y ya le paré al otro día. Pero ella se me fue juida de la casa, pa seguir la peda. Le dije: «Si no vuelves, mejor ahí muere». Desde entonces no le ha parado.
—Pinche Licha. Por aquí pasó hace rato.
—Sí padrino, ahí anda en el callejón, con toda la raza.
—Mira, vete por un Pollo Feliz, y te quedas con la feria. Ten este de a doscientos, no te puedo dar más, porque te conozco, te quedas con el dinero y compras cagada.
—¡Nombre, padrino, está en doscientos setenta y cinco el pollo!
—Bueno, lo que ajustes por ahí búscale, pero mira cabrón, que si no vienes yo mismo voy y te busco para partirte la madre.
Ding, dong... ding dong…
—Qué onda, Samy.
—Mire fui hasta el mercado. Hallé dos pollos asados por ciento ochenta, pero sin tortillas ni arroz.
—Ta bien con eso. Quédate con el cambio, pero no quiero verte moneando.
—Gracias, padrino.
—Oye, Samy, ten cuidado con tu churpia, no te vaya a pegar una enfermedad. Con eso de que trai a todos los del escuadrón alrededor, anda como perra en celo.
—¡Nombre. padrino ya me andaba! Sabe que día fui al Seguro, no podía miar, me dolía bien culero, y me salía cosilla amarilla.
—Ya ni chingas, no sé que andas haciendo detrás de esa cabrona, ella anda en su mundo, bien peda, ni cuenta se da que existes.
—Pus sí, padrino, es lo que me dicen, pero yo nunca había tenido novia, y de primero sentía bonito comer Maruchan con alguien, pero cuando se fue sentí bien feo. Sabe qué día oí como que alguien entró a la casa, usté sabe, padrino, son cuartos viejos, ahí nomás nos metimos a vivir, sabe de quién será, y yo bien emocionado. «Ya llegó mi Licha», pensé, y como que la puerta se iba abriendo despacito, y que grito: «¿Quién anda ahí, eres tú, Lichita?», y me levanté del colchón, ese que nos dio usté, padrino, ¿se acuerda?
—¿A poco todavía tienes esa chingadera?
—Sí, padrino, ta güeno, nomás que se me enchinchó, pero todavía la arma. Le decía de la Licha.
—Sí, cierto. Échale.
—Y que me paro, y ahí voy a asomarme entre la puerta, y era una pinche ratota que me pasó entre las patas. Taba más grande que un gato.
—Ya ni chingas, has de tener bien atascao, a las ratas les gustan los basureros.
—La neta sí, padrino, mi pedigüeña me tenía limpio, aparte me lavaba. Es una chinga lavar la ropa.
—Sí, pero anda dando el culo por un trago. Ya bótala a chingar a su madre de tu mente Samy, no me vengas con mamadas, con eso de que estamos en el mes del amor y la amistad andas enamorao de una pinche borracha.
—No, pus… pus sí, padrino. La neta se siente bien culero. Piense y piense en ella. No me la saco de la cabeza, y así como sea la quiero rescatar, tenerla ahí en la casa, conmigo, pa acurrucarme del frío, o pa platicar con alguien. Cuando acuerdo ya estoy hablando solo, se me olvida que ya fue.
—¡Ja, ja, ja! Pero tantas mujeres que hay, y tú pensando nomás en una.
—Pero como le hago padrino, pus si en mis cuarenta y cinco años ni una me había hecho caso. No le había dado un beso a nadie, no sabía qué se sentía que lo abrazaran a uno, o dormir con alguien a pelo.
—No mames, la gente en todo está. Nomás estuviste dos semanas con ella y ya ves, por poco y se te cae el pito.
—Es verdá padrino, pero tengo la esperanza de que regrese.
—Mas vale, porque en una de esas vuelves a agarrar la peda y de nuevo al anexo, cabrón. Bueno ya, bótate a la verga, luego te miro, deja ir a tragar. ¿No quieres un taco? Si tú eres bien tragón no me salgas con mamadas que ora andas de boca chiquita. Si estabas igual de tripón que yo.
—Nombre, padrino no traigo hambre. Ahí nos vemos… oiga, antes que se me olvide, guárdese, por ahí andan los soldados, los acabo de ver por Universidad, ya le avisé al Chilo.
—¿Este que vale, señito?
—Ese está en cien. Viene la rosa, el osito de peluche y esta tarjeta de corazoncitos.
—¿Y este otro?
—Se lo dejo en sesenta. Es la rosa y la tarjeta.
—¿No tiene algo de a veinte?
—No señor, lo más barato son los globos y están en treinta y cinco.
—Oiga y esos chocolates de fierro son caros ¿verdá?
—Son Fe-rre-ro. Los tengo en ciento cincuenta.
—Me regala una servilleta, es que me entró una basurita en un ojo.
—No tenemos, pero ahí enfrente está el Oxxo.
—¿Quién sigue? Acá, señor. Esa caja está cerrada.
—¡Ah! ¿Me da una servilleta y una bolsita de salsa?
—Tome las que guste y tenga la salsa. Maruchan de camarón… serían 15 pesos.
—Gracias.
—¡Señor! ¡Señor! Aquí tiene su cambio, le sobran 5 pesos.
—Licha… Lichita….
—Déjala, güey, ahí vienes otra vez a chingar. ¿No ves que está dormida?
—Sí, pinche Samy, déjala, si vuelves de nuevo te vamos a madrear. No regreses si no es con un pomo, acuérdate tantas veces que aquí amanecías y te tragabas todo el vino, ¿o qué ya se te olvidó?
—Aquí traigo cinco varos pal panalito, pero nomás déjenme estar hoy con mi Lichita.
—No salgas con pendejadas. La Licha es de la banda.
—Ta bien. Le dicen que le traje una Maruchan, y que a ver cuándo regresa.
—Ya vete a chingar a tu madre, Samuel.