domingo, 14 de febrero de 2021

Noche de bodas - Francisco Barrientos

Primera noche

Sigo esperando a que me toque. Todas las noches aguardo desnuda en la cama deseando que ponga al menos uno de sus dedos sobre mí. He intentado varias posturas, insinuaciones y algunos regalos, pero nada funciona.

El hotel no mentía en las especificaciones de la suite de recién casados: es grande, con pisos de mármol y con pocas paredes, lo que da una sensación de amplitud, pero a pesar de eso estamos encerrados. Las paredes exteriores son a prueba de ruido, por lo que podríamos hacer el amor como enfermos sexuales sin que nadie pudiera escucharnos. Todo bien pensado, salvo una cosa. Él sigue acostado dándome la espalda, haciendo lo único que sabe hacer bien: respirar.


Cuarta noche

Él decidió que durmiéramos en camas separadas. “La suite es demasiado grande para que sólo utilicemos un cuarto”. Esa fue su excusa. Quise decirle que era imposible que una pareja que lleva tres días casados no pudiera ni siquiera dormir en una misma habitación. Él me tachó de loca. Yo lo agarré por los hombros y le dije que me cogiera. Sólo me dio un beso en los labios y se fue a la otra cama.

Lo observo y veo como su pecho se agita con cada respiración. Cada uno de sus resoplidos entra por mis oídos taladrándome los tímpanos. No sé cuántas horas me quedé mirándolo dormir desde la puerta, pero cuando me metí en la cama, él comenzaba a despertar.


Sexta noche

Hoy por fin fue el día. Mientras nadaba en la piscina, vi cómo se iba acercando. Venía completamente desnudo y así sin más se echó a la piscina. Me tomó de la cintura y comenzó a besarme. Sentía como poco a poco iba introduciéndose más dentro de mi. Pasamos de la alberca a la cocina, de la cocina al pasillo, del pasillo al baño y finalmente el dio un último grito sobre la cama.

Me acerqué a él y coloqué su brazo sobre mí para terminar más juntos, acurrucados. Comencé a llorar. Llevaba esperando esto desde que lo conocí hace 10 años, desde que nos dimos nuestro primer beso hace ocho, desde que se me propuso matrimonio hace dos y desde que nos casamos, hace cinco días.

“Quiero el divorcio”, fue todo lo que dijo para después encerrarse en el baño mientras escuchaba como se masturbaba.


Madrugada día séptimo

Sus maletas están listas junto a la puerta, no se si ya estaban ahí desde ayer que hicimos el amor porque eso fue lo que hicimos, el amor. Es imposible que él no sintiera lo que yo sentí. Estábamos unidos, compenetrados, éramos uno solo. Aún nos quedan un par de días antes de que termine la reservación, pero él no ha querido escucharme, se ha encerrado en su cuarto. No ha salido. Dice que esperará hasta que llegue la policía. No lo entiendo, somos perfectos el uno para el otro. Ya que mi corazón no puede con más decepciones, tomo una de sus maletas y me encierro en mi habitación.


Algún día después de la madrugada del día séptimo

Los titulares no dejaron de mencionar el hecho por días. La muerte de dos amantes, recién casados, a punto de iniciar una vida juntos. Tenían toda una vida por delante, eran tan jóvenes.

Lo que es innegable fue la hermosa forma de desaparecer de este mundo.

Por un lado, el hombre, tras beberse una botella de arsénico se recostó, para no despertar, colocando ambas manos sobre su pecho esperando que su princesa viniera a salvarlo.

Por otro lado, ella no tardó mucho en acompañarlo, usando la ropa que una vez fue de él. Logró ajustarla a su cuello y como un péndulo acompañó a su marido.

Una historia de amor que perdurará en los corazones de aquellos que leyeron la noticia en el periódico.

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