jueves, 13 de febrero de 2020

Con ganas de más o de nada - Paulina Villasuso Villalobos

Todo era gris, todo era gris y opaco. Mentira, en realidad todo era luz, de diferentes colores, diferentes tamaños, pero definitivamente era luz. No tenía sentido, estaba perdida en medio de toda una ola de vivencia; personas iban y venían, corriendo, caminando, todas sin tiempo, a tiempo o ya tarde, hablaban o callaban, callaban más de lo que hablaban. Estoy segura de que éramos más de cien personas en una misma sala y no se escuchaban más que suaves murmullos casi imperceptibles.

Yo por mi parte veía gris, gris con destellos de luz vacía. Escuchaba gritos, todo era un caos enorme, estaba a punto de volverme loca, incluso estaba a punto de llorar. Caí al suelo a manera de autoprotección y todo se tranquilizó. Comencé a ver los verdaderos colores y a escuchar menos, me di cuenta que toda esta masa de voz y oscuridad estaba en mi cabeza. Es simpático darte cuenta de todo lo que puedes lograr ahí dentro, la cabeza es valiosa pero también hostil y si no la domas como deberías, puedes llegar a perderla.

Estaba sentada mirando al frente, cautiva por lo que veían mis ojos: cuatro músicos tocando al unísono una batería, un violonchelo, un piano y un saxofón.

¿Cómo es un hombre cuando le hace el amor a una mujer? Todo comienza unas horas antes, un poco de coqueteo y calentamiento de motores, él dice unas palabras bonitas y la otra apenas suspira, es casi inapreciable, pero sin este paso el sexo nunca llegaría. Después llega el momento, el hombre toma en sus brazos a su compañera y empieza a besarle la boca con delicadeza y con deseo. Los besos se vuelven más profundos, pasionales, pasan al cuello lentamente formando una línea casi recta y luego curva que llega hasta el pecho, esto se repite con diferente intensidad. Las ropas se sacan o se arrancan, lenta o muy rápidamente, todo depende del momento y la necesidad que se tenga. Ya desnudos, ambos cuerpos se aprietan y se agarran fuerte de todos lados, las nalgas, la espalda, la cara y hasta las piernas formando una conexión única e inexplicable, ninguno se suelta. Cambian de posición y recorren los besos por todo el cuerpo, comienzan a acariciar, besar, chupar y tocar cada centímetro del otro. Todo un mar de sentimientos y sensaciones que crean una armonía perfecta. El fin está cerca y es ahí cuando ambos cuerpos se inducen uno a otro, la penetración es lo que lleva a ambos al punto máximo para después, ya cansados, con ganas de más o de nada, con la respiración alterada y el corazón vibrante, encontrar en la ajena figura una paz que satisface cualquier necesidad, aunque sea por unos segundos.

No supongo que sea así de literal, pero para verlo desde un punto meramente romántico y para poder hacer la comparación, me complace pensar que así es como pasa este acto. Pasó lo mismo con aquellos intérpretes. Todo comenzó momentos antes, estoy segura, los músicos tuvieron que calentar un poco y ver que todos sus instrumentos estuvieran dispuestos para la función. Luego se abre el telón o se sube al escenario, o tal vez sólo se da orden de comenzar, ahí es cuando el sinfónico y su herramienta concertista dan inicio y la melodía sale, primero de manera lenta y pasional, luego con notas más profundas. El hombre comienza a pasar sus manos por todo el instrumento y lo desviste de a poco, este a su vez, logra lo mismo con su dueño y una vez que los dos están desnudos comienza esa conexión inexplicable que mantiene una fluencia inaudita que permite una armonía perfecta. El final se acerca y es ahí donde quien toca logra penetrar completamente a su instrumento y lo llena de sonidos impecables y asombrosos que desembocan en un remate placentero que da pie a los aplausos y las felicitaciones por el derroche de sentimiento en una obra maestra acabada de interpretar. En ese momento llega el cansancio, quedan las ganas de más o de nada y la paz invade sus cuerpos satisfechos.

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